Los caracoles se encuentran en todas partes y aunque a la mayoría de los jardineros no les gustan, los caracoles son un manjar culinario, aunque no apto para todos los gustos.
Aunque repugnantes para muchas personas, los caracoles se consumen en todo el mundo y son muy saludables. Las conchas de caracol asadas encontradas en excavaciones arqueológicas indican que los humanos los han comido desde la prehistoria y los romanos cultivaban caracoles alimentándolos con dietas especiales para mejorar su sabor.
Las especies Theba Pisana, Otala Lactea y Helix Aspersa, entre otras, son las más demandadas. Poseen propiedades anticancerígenas y potencian el sistema inmunológico por sus efectos antioxidantes y antiinflamatorios.
Un caracol promedio está compuesto por un 80% de agua, 15% de proteína y 2,4% de grasa. Contienen ácidos grasos esenciales, calcio, hierro, selenio, magnesio y son una fuente rica en vitaminas E, A, K y B12. Sin embargo, a pesar de estos beneficios, la inmensa mayoría de la población no lo incluimos en nuestra dieta.
